domingo, 18 de enero de 2015

La visión de Hrathiel - parte IV

La gruta, de una negrura tan intensa como la del propio vacío, era hostil en sí misma. Ya desde la entrada, las paredes y el suelo mostraban afiladas irregularidades con la que se rasgaban las ropas y botas de Hrathiel a medida que se iba adentrando. No entendía por qué, pero pese a la infinita oscuridad era capaz de ver y avanzar sin la ayuda de ninguna luz. En su mano derecha portaba su fiel acero, en la izquierda un mapa que no acertaba a entender. Cada uno de sus pasos desataba un eco sordo, grave, cacofónico, que se perdía en las profundidades. El aire era denso, cálido y muy pesado y la humedad se le pegaba al cuerpo y dificultaba su respiración, haciéndole notar esa sensación de ahogo, como si una soga invisible poco a poco, paso a paso, se fuese ciñendo alrededor de su cuello. Era consciente de que miles toneladas de roca se suspendían sobre él, que en ocasiones crujían y desataban un leve temblor, como si fuese el propio latido de la tierra. Comenzó a jadear y a notar que en su pecho, el corazón palpitaba con fuerza y más aceleradamente, revelando quizá la presencia del miedo. 

Progresivamente las paredes se abalanzaban sobre él. Era como caminar a través de un embudo oscuro, húmedo y asfixiante hasta el punto de hacerle pensar en volver hacia atrás. Pero, sin saber por qué, eso no era una opción y debía continuar. Al cabo de varios minutos se percató de que ya caminaba encorvado, que su espalda comenzaba a resentirse, que estaba descendiendo considerablemente y que cada vez hacía más calor. Notaba que sus oídos acusaban el cambio de presión y que el aire sabía a azufre. El túnel seguía encogiendo y llegado a cierto punto hubo de envainar su preciosa espada, guardar el mapa en un bolsillo y gatear por la gruta, lo que comenzó a lacerar sus rodillas y las palmas de sus manos, tiñendo su pálida piel del carmesí de la sangre. Fue difícil ignorar el dolor, pues para él resultó como atravesar un mar de cuchillas que dejaban a su paso delgadas y alargadas heridas que escocían como un demonio. A sus jadeos ahora se unía el ruido de su espada envainada siendo arrastrada y repiqueteando sobre la roca que seguía estrechándose en torno a él. Golpeó con su cabeza en el techo, cada vez más bajo, lo que le aturdió y le abrió una brecha en la frente que empapaba su cara. No hubo más remedio después de unos pocos metros que reptar como una serpiente.

Era incapaz de abrir por completo las manos, pues las heridas se abrían a su vez, dejando lastimosas maldiciones y unas hemorragias considerables, así pues reptó sobre sus antebrazos, manteniendo las manos apartadas del suelo y encogidas, como las garras de un ave rapaz. Pronto se le entumecieron, agarrotaron y comenzaron a temblar. Sus ropas se rasgaban y enganchaban a medida que reptaba, lo que frenó aún más su avance. Sus rodillas hacía tiempo que estaban por completo despellejadas y la salinidad de la roca las quemaba hasta un límite que pocos hubiesen podido aguantar. Pronto su torso, sus muslos y sus brazos corrieron la misma suerte. Y esa presión que golpeaba su pecho se hizo cada vez más y más intensa, pues la cueva se estrechaba y su caja torácica se ensanchaba debido a las profundas bocanadas de aire que se veía obligado a tomar, así como por el miedo. 

Levantó la vista en un momento de respiro y a varios metros, al fin, vio un ensanchamiento y una luz. Sus ojos, cegados no sabía si por las lágrimas, por el sudor o por la sangre se abrieron completamente por un instante, pues dicha luz era intensa, de color turquesa y cálida. Consiguió reunir fuerzas para acometer el último tramo y finalmente salir del angosto pasaje, dejándose caer con un grito sobre una playa subterránea de blanca arena que se extendía circularmente alrededor de un lago de ese color azul que le había deslumbrado antes. Todo le escocía. La arena se le pegaba al cuerpo y las partículas de sal se le filtraban en las heridas, arrancando un dolor difícil de describir y de imaginar. Deseaba alcanzar ese lago azul y sumergirse por entero para mitigar el dolor. Tambaleándose consiguió levantarse, apenas sin fuerzas para ver delante suyo a una figura. 


Sus formas no eran la de un hombre convencional. Su rostro se ocultaba bajo una capucha negra que despertaba sombras en su faz, haciendo imposible reconocer sus formas. Aún así, parecía bajo esa capucha llevar un casco o algún tipo de protección que asomaba bajo la negra y rasgada tela, quizá un casco con cornamenta. La capucha acababa en una capa raída que cubría sus hombros y caía hacia atrás, dejando a la vista un torso desnudo y musculoso de un color cadavérico, en el que múltiples cicatrices dibujaban una especie de mosaico violáceo muy definido, como si hubiesen sido hechas a propósito. Sus brazos eran desproporcionadamente grandes, acabados en unas manos igualmente amplias, que agarraban panoplia de batalla; en la izquierda lo que parecía ser una tremenda e irregular lasca de roca que sostenía como si fuese un escudo y en la derecha, una espada negra como un infierno, cuya hoja podría ser de un palmo de anchura y la mitad de alta que él, igualmente irregular, como si un pedazo de roca se hubiese desprendido y se le hubiese puesto un largo mango que bien podría asir con sus dos manos. 

Hrathiel instintivamente desenvainó olvidando reprimir el grito que provocó el asir con sus maltrechas manos su preciosa espada ornamentada, que centelleaba ante la luz que se proyectaba desde ese lago de espejo. Jadeando, pues el aire aún era denso en su interior, consiguió preguntar. 

- ¿Quién... eres? - dijo por tiempos, pues cada palabra agotaba el poco oxígeno que con cada bocanada a duras penas conseguía reunir. La figura clavó la espada en la arena y toda la estancia tembló y musitó, como protestando. 
- Llevo esperándote mucho tiempo y al fin has llegado - su voz parecía tan profunda como esa gruta en la que estaban - ¿Recuerdas a qué has venido? 
- No... No... - consiguió arrancar de su garganta, tratando de ignorar el dolor que le producía en el pecho el pronunciar una sola palabra. 
- No te he oído - su voz sonó molesta, con mucha autoridad, como si necesitase recibir de él una actitud más que una aclaración. 
- ¡NOOOoo... ohh! - replicó Hrathiel, cayendo sobre sus rodillas que volvieron a empaparse en sangre. El esfuerzo provocó en él un mareo que le hizo perder el equilibrio. 
- Has venido, porque tienes que aprender. 
- ¿Dónde... ? - la figura no le dejó terminar la pregunta. 
- No importa dónde estés. Lo que importa es lo que debes llevar cuando regreses - La figura asió con su pálida y enorme mano la empuñadura de la espada clavada en la arena y la irguió nuevamente, provocando un nuevo temblor en la sala - ¡En pie!

A duras penas Hrathiel, casi incapaz de respirar por la asfixia, se puso en pie mareado. Con su espada aún en la mano y casi instintivamente tomó una actitud de defensa. Su intuición le decía que pronto moriría, pero moriría plantando cara. El extraño habitante de la gruta del lago se acercó a él amenazante. Su escudo de piedra protegía casi todo su cuerpo y sobre él la larga y ancha espada apuntaba hacia el cuello del maltrecho viajero - La ruta que estáis siguiendo es arriesgada, pero es la única. Os trasladarán tras las líneas. Cuídate de la cascada de fuego.

Tras esas palabras el encapuchado descargó un tremendo golpe con su espada que Hrathiel pudo bloquear a duras penas con la suya. Se revolvió ágilmente ganándole el costado derecho, que no estaba cubierto por el escudo y lanzó una estocada. Ésta fue desviada por un movimiento de media luna de su oponente, quien blandía ese colosal espadón con la ligereza de una pluma. El sonido, lejos de ser metálico, recordaba al despuntar del acero contra la dura piedra. Hrathiel, habiendo agotado todas sus fuerzas en ese movimiento que tantas veces le había otorgado victorias, se vio exhausto y aturdido, con la guardia abierta. Pero el encapuchado renegó a descargar un nuevo golpe hasta que él se recompuso. 

- Incluso con todo perdido has de luchar - espetó molesto nuevamente su contrincante, quien atacó esta vez de forma más cauta pero descargando tremendos golpes que torturaban su hoja y entumecían sus brazos. Cayó de rodillas, interponiendo su acero ornamentado, ya mellado y tan maltrecho como él, a los continuos espadazos de su contrincante, quien daba la sensación de querer castigar antes que imponer su victoria.

- Recuerda lo que te he dicho. Y ten por seguro que volveremos a vernos. Aquí... 
- ¿Q... qué... ? - quiso preguntar él, ya sin fuerzas.
- ... En la Prisión del Pensamiento - y tras decir esto, con un gruñido lanzó un nuevo golpe de esa pétrea hoja que cayó como una guillotina. No importó que Hrathiel empuñara su espada con ambas manos. No importó que antepusiera su hoja en una defensa perfecta. No importó que hiciese acopio de todas sus fuerzas para bloquear el golpe... pues esa guillotina como hecha de roca negra voló en picado, partió su espada en dos, atravesó desde su hombro derecho hasta su vientre y chirrió triunfante cuando la vida del joven aventurero se escapó entre estertores, ahogado por su propia sangre en un mar de dolor y oscuridad. 

- Despertará pronto. La raíz de Cot-Munl debe haber empezado a hacer efecto - escuchó la voz de Athelstan.
- La intoxicación ha sido intensa. Casi se asfixia. Las quemaduras por suerte no son tan graves - ahora hablaba Ygraine. 
- Tus métodos, querida, son bastante radicales - escuchó decir al enano en su habitual tono de discrepancia. 
- Debía resultar creíble. Nos evacuaron, ¿o no?... Mira, parece que vuelve en sí. 

Logrando abrir los ojos, consiguió ver sobre él a sus dos compañeros. Ambos heridos. Athelstan presentaba la cabeza tan vendada que parecía llevar un turbante. Ygraine tenía parcheado uno de sus preciosos ojos grises y se apoyaba en muletas. Él yacía tumbado, sintiendo que varias partes de su cuerpo ardían y escocían, y con dificultades para respirar y hablar. 

- ¿Qué... qué?... ¿qué es este sitio? ¿dónde estoy? - consiguió decir notando sus pulmones como llenos de brea.  
- Chico, menudo viaje. Llevas dormido tres días. Aspiraste demasiado humo y te has tostado más de lo que esperaba. Hemos tenido que rasparte como a un pan. Pero mi plan funcionó. Nos han movido a retaguardia. Estamos en la ciudad. 
- Lo hemos conseguido amigo - añadió Athelstan en voz baja, tratando de reprimir su entusiasmo - Ahora descansa. Tenemos unos cuantos días de margen a partir de aquí. 

Hrathiel asintió y no dijo nada más. Cerró los ojos, rememorando ese sueño, con la sensación de haberlo vivido más veces, pero ser esta la primera vez que lograba recordarlo.  


Diablo 3 Vagabond as Dream Guardian


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